El doce y suave sambarockjazz llenaba la habitación. Era como si cada
rincón, mitad-concreto-mitad-madera, se volviera blando con cada nota musical
lanzada pacíficamente en todas las direcciones. La pared,
mitad-ocre-mitad-hielo, se confundía con los colores que flotaban en su mente,
los mismos colores de otrora, revelados en años pasados. No revelados de un
todo. Parte por parte. Nota por nota. Color por color.
Todo un mundo pasaba afuera. Todo un mundo denso y amable, un mundo lleno de
otros mundos. Un mundo de clima pesado. Las calles llenas de pequeños planetas
intocables, flotando a ritmo de pasos lentos, egoístas, egocéntricos. Todos
bajo un mundo de clima pesado y denso y amable.
Desde la habitación imaginaba a su balcón (él no tenía suficiente coraje
para deshacerse del universo pacato, tranquilo y fresco que le propiciaba el
clima perfecto adentro de la habitación, adentro de él mismo, adentro).
Imaginaba a su balcón no tan alto, tampoco tan bajo, pero nada memorable. Era
un balcón vacio, como muchas veces él lo había sido. Un balcón que, sin duda
cualquiera, pasaba desapercibido entre toda la variedad de balcones expuestos
en la ciudad, como un gran supermercado de pequeños espacios concretos,
sueltos, vacilantes en el aire.
Dolía, pensó, mientras la canción le penetraba el cuerpo, le agujereaba el
alma, le agujereaba los sueños. Dolía. Duele tanto. ¿Tanto? Estaba tan vacío
que casi despegaba del piso. El ventilador que soplaba en el rincón,
mitad-concreto-mitad-madera, ya tomaba la fuerza de un huracán. Me estoy yendo,
pensó, estoy tan vacío que no tengo el peso para estar, el peso de estar, el
peso de ser. Todo ese gran esfuerzo de ser. Cuando se volteó a sí mismo, se dio
cuenta de que su cabeza ya casi tocaba el techo! Necesito llenarme con algo,
pensó, necesito volver a bajar. Pero era todo tan vacío, era todo tan aire,
atmósfera y ambiente. Siguió subiendo tanto que hasta pudo acostarse en el
techo, como si se acostara en el piso. Estoy al revés, pensó, y le gustó y le
dolió y quiso bajar y no pudo. No puedo seguir vacío, pensó, y seguía siendo. Y
seguía doliendo.
Empezó a llorar. No puedo!, pensó, cuanto más lloro menos lágrimas tengo (él
se las guardaba en una bolsa chiquita, no detrás del ojo, no! adentro del
pecho), y cuanto más lágrimas suelto, menos peso tengo y más liviano soy y más
sigo subiendo, y, y, y, y...
Perdí el control, pensó, y como niño que simplemente acepta los hechos y que
llora, lloró. Lloró tanto y tanto que se puso transparente y en partículas, tan
leve que el techo lo empezó a tragar! Estoy
desapareciendo, pensó, y mientras si deshacía, un último pensamiento se hizo:
Ojalá pueda llenarme y volver a bajar de acá, mientras dejaba de
existir.
Había dejado de existir.
Pero nunca,
nunca,
había dejado de doler.
Pensó.
F;
sábado, 29 de novembro de 2014
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