Cada nota
que sonaba me acunaba
lentamente.
Todo mi
sueño reunido y embrazado
por la lentitud.
Ya no sabía
si estaba dormido
o si eran
los que estaban parados que se habían entregado.
Mi posición
era típica, pero mi interior era un pedazo de nada.
Ellos
mórbidos a equilibrarse entre los movimientos del tren
y mis oídos
morbosos
pringados
de bemoles y sostenidos.
No pude
descifrar la melodía
pero las no-palabras
me descifraban.
Un murmullo
del silencio golpeando suavemente mi limbo.
Soñé con lo
que escribo y no sé por cuanto tiempo.
Fui eterno
en esa máquina que se alimenta de las avenidas ocultas de la ciudad,
que traga a
todos los porteños y todos los demás.
Ese gusano
de hierro que nos escupe cada dos minutos, abriendo sus branquias como si fueran
carnívoras,
deglutiendo
y vomitando insectos.
No sé si
fue real, sólo sé que me inundé.
Que miré a
través de mis orejas,
sentí a
través de mi ceguera
y me
desperté asustado.
La música
seguía y, en realidad, yo seguía adormecido. Pensé que sentía, pensé que oía, pero
sólo pensaba .
La vida de
adentro es un capullo infinito: yo era y dejaba de ser al mismo tiempo.
Había
estado soterrado en las teclas del piano hasta que volví de repente, como
cuándo se emerge y se respira.
Mis ojos renacieron. Me habían
rescatado unos golpes duros y secos:
sus aplausos me cagaron a palos.
Sus miradas de furia estaban acostadas sobre mi
como si envidiaran que yo habitara un lugar mucho más profundo
sus aplausos me cagaron a palos.
Sus miradas de furia estaban acostadas sobre mi
como si envidiaran que yo habitara un lugar mucho más profundo
que la vida
misma
y el
subterráneo.
F;
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