o céu partido ao meio, no meio da tarde.

quarta-feira, 20 de janeiro de 2016

Amar sin flor

Ella no quería vivir. 
En realidad vivía, y vivía mucho, pero no por amor a la vida: por odio, más que nada, y desprecio. Vivía mucho no por el hecho de que la vida fuese hermosa, sino por la tragedia que le resultaba ser. La vida le dolía profundamente: en su pecho, en sus oídos rojos, en sus pétalos, constante y latiente, como cuando uno se sumerge en agua helada y siente a los huesos duros y estallantes, gritando bajo la piel.
(- Vivo intensamente: tan sangre, tan flor, sólo porque la vida apesta. Si la vida fuera demasiado linda no tendría sentido vivirla. Y no me vengas con que la vida es tan bella cuanto una rosa. Soy rosa en flor, tengo vida, pero la vida no es linda ni yo soy como la vida. La vida pasa por mí mientras yo paso por ella, aunque en ningún momento nos cruzamos. ¿Hay vida en la flor? No hay vida en algo vivo, punto. Algo vivo simplemente es eso: algo vivo. Vida... ah, la vida es otra cosa. Es algo inalcanzable. Algo que se dice, no más, y odio a las cosas que se dicen. ¿Mi vida? No tengo vida, ya dije, soy viva simplemente. Y quiero ser lo más viva posible, por contrapeso a la vida, por no quererla pero querer vivirla.)
Se preguntaba el porqué del decir. Estaba cansada de las personas que decían las cosas. Estaba cansada de las personas y de las cosas. - Inventame la verdad!, pensaba, y lo deseaba intensamente. Pero era todo tan sincero todo el tiempo que a ella le generaba arcadas. 
(- Ay, cuanta verdad hay en el mundo! Inventame la verdad! En verdad, dime cosas que me llegarán suaves. Que cada letra entre como una pluma en mis oídos, que ni oídos son. Si no tengo orejas, inventame dos, o tres, para poder escucharte decir lo que quiero solamente y no tener que chocarme con la realidad de ver que mis tímpanos lloran sangre golpeados con esas palabras duras, que los atraviesan como agujas, con el intento de anestesiarme pero, en cambio, generando gran cantidad de dolor y frustración.)
La flor rechazaba el contacto. Pobre de ella que era vista como símbolo de belleza, de celebración, de regalo y armonía. Luego ella que era tan viva y roja por estar viva, simplemente, y más aún por despreciar a la vida. Luego ella que tenía pétalos como brazos pequeños y redondos, como un cabello largo que le escondía el rostro, como si estuviera ella en ella misma y pudiera acostarse en su propia flor. Era un pedazo pequeño de ella misma en su centro. Y la vida, que insistían en decirle que es hermosa, le creaba cada vez más una sensación de odio. A veces ni siquiera odio. A veces era algo tan fuerte y penetrante como el odio: la indiferencia.
Envuelta en papel florido, con moños apretando su cintura fina como de quién bosteza y mira hacia el cielo buscando aire. Siempre en ese trayecto de una mano hacia otra, del contacto de las palmas calientes de dos personas que se quieren: ella vomitaba.
Una sonrisa de una pareja feliz allá, un pétalo a menos en ella. Todo el cariño que la acechaba, en realidad, le hacía mal. Y la hacían sufrir, pobre. La agarraban y la regalaban como un signo del más puro amor, de la felicidad simple de estar con alguien. 
¿Pero alguna vez te has preguntado si la flor sabe amar? 
¿Si la flor quiere amar? 
En este caso no.
Era una flor anti-amor.

Ella no quería vivir. 
Y sólo vivía tan agudamente
para no notar el tiempo que pasaba.
Para no sentir.
Hasta que llegara el día
en que se colgaría seca, socarrada,
y se caería del tallo:
ya no más roja
como una flor de sangre,
pero amarillenta:
pura,
muda,
y muerta.

F;

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