o céu partido ao meio, no meio da tarde.

quarta-feira, 15 de março de 2017

El tren era mío

Todos los asientos vacíos lo
definían propiedad mía.
Yo era el señor de los rieles y, bajo mi voluntad,
dos señoras entraban al vagón
trayendo consigo baldes, escobas
y una gran fuerza al hablar portugués:
tan cerrado y bruto como sus caras
de fatiga y trabajo brazal.
Les permití ingresar rompiendo mi tesoro: el silencio
que inundaba morboso entre las paredes naranjas, de muy mal gusto. Yo las hubiera cambiado por algo más sobrio: tan sobrio cuanto la espera
de que el tren se despierte
y empiece a caminar lento, como un recién nacido.
Ambas gritaban entre sí, expeliendo palabras duras y acentos grotescos. Entraban y salían del baño
como si en vez de limpiarlo, lo adorasen: el mini ambiente cuadrado
con olor a mierda,
les agudizaba la "s" fuerte de cada final de los plurales dichos,
más bien escupidos,
de sus bocas.
Bailaban el valse de los productos de limpieza. Aguas sanitarias y desinfectantes marcaban el ritmo de su conversación
áspera, y de pronto,
como en un paso ensayado de una coda, "une grand finale",
salieron girando sobre sí mismas y sobre los baldes,
llevando consigo la brutalidad de ese idioma,
y entregándome a la cruda realidad
de que yo no era dueño de nada.
Yo era un rey sin reino:
solo poseía mis inseguridades
y nada más.
Yo era tan insignificante
cuanto el agua sucia
que llenaba a sus
baldes.


F;

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